India by V. S. Naipaul
autor:V. S. Naipaul [Naipaul, V. S.]
Format: epub
Tags: prose_contemporary
editor: www.papyrefb2.net
Nos vimos muchos dÃas, en mi hotel y en la colonia. A veces, Kakustan venÃa al hotel y me llevaba a la colonia; a veces enviaba a su hijo adolescente a recogerme. El hijo era muchos centÃmetros más alto que el padre, pero no tenÃa su robustez; sus ojos eran más dulces.
Independientemente de lo que hubiera elegido para sÃ, Kakustan albergaba ambiciones sobre su hijo y querÃa que el chico hiciera buen papel en el colegio. Y al igual que, unos años antes, el padre de Kakustan quizá le pidiera a alguien que hablase con él, Kakustan me pidió, la última vez que nos vimos, que hablase con su hijo y le hiciera comprender la necesidad de portarse bien, de dedicarse a los libros del colegio.
Al chico, según me dijo Kakustan, le gustaba demasiado jugar. Aquella mañana, por ejemplo, habÃa ido a jugar al criquet. Pero eso estaba bien, le dije. SÃ, de acuerdo, replicó Kakustan; pero también habÃa ido a jugar al criquet por la tarde.
Regresábamos a la colonia, y Kakustan tenÃa un sencillo plan para darme la oportunidad de hablar a solas con su hijo. Los dos âKakustan y yoâ subirÃamos a la terraza desde la que se dominaba el patio de enfrente y el jardÃn amurallado del templo a un lado. El chico me traerÃa té, y entonces Kakustan se disculparÃa y bajarÃa al baño.
Asà que, una vez en la colonia, el muchacho me trajo un vaso de té a la terraza, y nos pusimos a hablar, mientras abajo âen aquella zona en la que era el reyâ Kakustan, con su atuendo de brahmán, atravesaba el patio, abarrotado a aquella hora de la tarde, con aire de seguridad, sin prisas, pasaba junto al pozo y llegaba al cuarto de baño de la esquina.
Al chico le encantaba el criquet. Dijo que le gustaba tanto batear como lanzar la pelota. Y no tuve valor para darle el sermón que Kakustan querÃa que le diese, para que se dedicara a los libros: no veÃa cómo, en las condiciones de la colonia, se podÃa estudiar o leer en serio. Una noche, en el sendero débilmente iluminado que partÃa de la entrada a la colonia, habÃa visto a un chico sentado con las piernas cruzadas a la puerta de su casita, en la oscuridad, ante un libro abierto, poniendo en práctica la virtud en honor de sus padres, el amor brahmánico por el conocimiento reducido a aquella forma ritual.
Le pregunté al muchacho, al hijo de Kakustan, qué clase de trabajo le gustarÃa hacer. A sus dulces ojos asomó una expresión de asombro. ConocÃa la pregunta; le apenó oÃrmela a mÃ. A lo mejor era taquÃgrafo, dijo; a lo mejor encontraba trabajo en una oficina; dependÃa del «destino».
Me sorprendió que hablara del destino. Kakustan no lo habÃa hecho nunca; pero Kakustan habÃa sido un rebelde toda su juventud. Su hijo era un joven de la colonia, con ideas y ambiciones no muy por encima de las de los demás jóvenes de allÃ.
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